El valor de lo perdido
Por Leo Kabal
Savia 6
Parece ser que en el ser humano hay una ley natural, una tendencia innata que nos hace valorar aquello que nos Importa, aquello que es realmente de Inestimable valor sólo después de haberlo perdido... Perderlo es lo que nos hace recapacitar, reflexionar y, después, Intentar recuperarlo. La sensación de vació que nos produce la pérdida nos pone en la pista de lo que era realmente importante para nosotros, nos pone en camino hacia la posible recuperación para volver a llenar ese vacío.
Hay valores, personas, sentimientos, objetos, tareas, etc... que se pueden recuperar, pero otros jamás se recuperan en el curso de una existencia física. Nuestra metedura de pata, nuestra repentina respuesta sin reflexión, nuestro dejarnos llevar por cantos de sirenas o bajos instintos, nuestro karma o simplemente nuestro pasotismo y falta de conciencia pueden hacer que perdamos para siempre aquello que más llenaba nuestras vidas.
Esta experiencia: la experiencia de este tipo de pérdida parece ser que es algo necesario en algún momento de nuestra evolución, algo sin lo cual no podríamos discernir lo verdadero de lo falso, lo que realmente tiene valor de lo que no lo tiene, lo que es importante de lo que no lo es; y caminamos a tientas por la escuela de la vida despreciando o infravalorando lo que tiene valor para correr en pos de otras cosas sin importancia, experimentando después el dolor que nos produce la pérdida de lo verdadero.
Ese bienestar, lo que tenemos, lo que disfrutamos, aquello que nos hace felices, para ser disfrutado en su exacta dimensión debe ser valorado en su justa medida, y esto, la mayoría de las veces, se consigue mediante la pérdida o la privación durante una temporada, de ello.
La parábola del hijo pródigo ilustra este drama humano con exactitud: no Importa lo que hagamos o lo que seamos, en ningún sitio estaremos mejor que en la casa del Padre, aunque nunca llegaríamos a saberlo si no nos viésemos privados de las comodidades y el bienestar que allí vivimos.
Pero también se dice que hay dos formas de aprender: una mediante la experiencia y otra· mediante la comprensión o, dicho de otro modo: meter los dedos en el enchufe y experimentar que da calambre o entender que el enchufe da calambre no habiendo necesidad de meterlos.
Mi consejo, obviamente, es el de recomendar la segunda forma. Pero aprender de una u otra forma, aunque la de la experiencia parezca demasiado dura, será la que nos permitirá ir descubriendo valores cada vez más elevados nos ayudará a ir dejando las cosas que menos importan por las que más: esto nos permitirá, en definitiva, vivir algún día en la casa del Padre sabiendo disfrutar de los valores y virtudes que allí se respiran.
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