EL INFLUJO MÁGICO DE LA NAVIDAD
Jesús García-Consuegra González
Savia 11
Escritores, poetas, actores, dramaturgos, filósofos... En definitiva, la flor y la nata de la cultura de todos los tiempos han dado a luz y han representado obras, más o menos fidedignas, más o menos hermosas, de la imagen eterna, esa imagen del nacimiento de Cristo, cuyo mensaje y símbolo trasciende a todos los nacimientos.
La repetición de esta historia proyectada hacia la conciencia del hombre no es casual, y hemos de preguntarnos: ¿Qué ocurrió en esa noche mágica y qué ocurre todas las Nochebuenas? ¿Por qué la naturaleza del hombre se vuelve mansa y éste es partidario de perdonar a todos mucho más que en cualquier otra época del año? ¿Por qué se reúne la familia en torno a una mesa por muy alejados que hayan estado, los unos de los otros, durante todo el año?
La única y certera respuesta es que el espíritu Crístico se apodera de nosotros, el influjo de su aura nos ilumina y despierta en nosotros lo que en nuestro ser hay de su naturaleza, es decir, amor altruismo, perdón, hermandad, benevolencia, buenas obras, tolerancia, paciencia, alegría... Pero cuando pasa (¡Qué pena!) todo vuelve a ser como antes. ¿Qué es lo que ha ocurrido? Sencillamente que volvemos a ser los mismos, los que somos, sin las tendencias Crísticas acentuadas. El influjo de Cristo nos ha dejado una mínima parte de lo que hemos de llegar a ser, hemos vivido el anticipo de lo que será cuando hayamos dominado las malas tendencias de nuestra Alma y coronado las tendencias Crísticas.
El nacimiento de Cristo fue un hecho del pasado que pertenece al futuro del hombre. Es decir, es el arquetipo eterno de la transformación del hombre mortal en inmortal; es el despertar de la conciencia, el final de un espejismo en el que habíamos imaginado que éramos mortales. Este arquetipo eterno que se materializa en obras (belenes, cuadros, chrismas, postales, películas...), cada Navidad pretende hacernos recordar que en la tierra hay esperanza, que el hombre puede, si se empeña, captar ese rayo divino y despertar el suyo, que la energía que baja a la tierra cada Navidad es real y sólo depende de lo preparados que estemos para recibirla. De esta manera, la vida en la tierra mejorará a poco que pongamos de nuestra parte. Esa imagen del nacimiento nos recuerda, además, que un día el Cristo nacerá dentro de nosotros y nos transformará, nos hará inmortales, ya que recordaremos quiénes somos y trabajaremos de forma consciente para la Obra Divina, es decir, seremos obreros conscientes de la "Casa del Padre".
Cada Navidad nos vuelve a recordar cuál debe ser nuestra aspiración y nuestro deseo durante el resto del año y nos trae un influjo mágico que viene del mismísimo Espíritu de Cristo. Lo importante sería prepararse durante todo el año para recibirlo, como aquella doncella que ahorró durante todo el año y compró el vestido más bonito y el perfume más caro porque su rey iba a pasar por su calle y ¿quién sabe? quizá se volviese para mirarla.
Nuestro rey va a pasar una Navidad más por nuestra calle. ¿Hemos preparado nuestro vestido o traje hecho de las obras Crísticas (amor, altruismo, etc...) para ver pasar a nuestro rey? Porque ¿quién sabe? quizá seamos dignos de su mirada profunda y nazcamos de nuevo. Pero lo que sí es seguro es que nuestras obras hechas con amor hacia la Obra Divina no pasarán desapercibidas y, aunque sea un poquito, quedaremos tocados por su influjo mágico hasta la próxima Navidad.
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